DIA 145 - Pablo Llama a Timoteo
La Biblia en Un Año (con el pastor Julian G.) - Un pódcast de Julian Gamba

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Hoy estaremos leyendo 1 Reyes 9 y 10, Hechos 16:1-15 y el Salmo 88:1-9. En 1 Reyes 9, después de la dedicación del templo, Dios se le aparece a Salomón por segunda vez. Le dice: “He oído tu oración… He consagrado este templo… y mis ojos y mi corazón estarán allí para siempre” (v. 3, NTV). Pero también lo advierte: si él o sus hijos se desvían y adoran a otros dioses, el templo será destruido y el pueblo rechazado. La bendición de Dios siempre viene acompañada de un llamado a la fidelidad.En 1 Reyes 10, la reina de Sabá visita a Salomón con muchas preguntas. Queda impactada por su sabiduría y por el esplendor del reino. Ella exclama: “¡Cuán afortunado es tu pueblo!… Bendito sea el Señor tu Dios, que se deleita en ti y te ha colocado en el trono de Israel” (v. 8-9, NTV). Este momento muestra cómo la sabiduría que viene de Dios impacta no solo a los creyentes, sino a las naciones.Reflexiona: ¿Qué estás haciendo con las bendiciones que Dios te ha dado? ¿Tu vida inspira a otros a glorificar a Dios, como lo hizo Salomón en su mejor momento?En Hechos 16, Pablo comienza su segundo viaje misionero. Llama a Timoteo a unirse a él, y el Espíritu Santo les impide predicar en ciertas regiones hasta que Pablo tiene una visión en la que un hombre macedonio le dice: “Ven a Macedonia y ayúdanos” (v. 9, NTV). Allí conocen a Lidia, una mujer temerosa de Dios. El texto dice: “El Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que Pablo decía” (v. 14, NTV). Ella y su casa son bautizadas y abren su hogar al ministerio.Reflexiona: ¿Estás dispuesto a obedecer la dirección del Espíritu, incluso cuando no entiendes el porqué? ¿Estás orando por personas cuyo corazón el Señor quiere abrir?En el Salmo 88, encontramos una oración profundamente angustiada. El salmista clama: “Oh Señor, Dios de mi salvación, día y noche clamo a ti… estoy a punto de morir, soy como quien ya no tiene fuerzas” (vv. 1, 3, NTV). No es una alabanza, es un lamento crudo. Y, sin embargo, es también un acto de fe: porque aún en medio de la oscuridad, el salmista no deja de orar.